Tacones y sueños
Transitar la calle 33 de
Bucaramanga, es habitar la otra cara de
la ciudad. Todo puede parecer normal para la gente que está acostumbrada a
divisar lo que ocurre al esconderse el
sol, pero el ojo inexperto y el que no está en armonía con lo que sucede allí,
puede alarmarse al ver los “espectáculos” que suceden en este sector. Este es
un sitio habitado por gran cantidad de personajes con cuerpos femeninos, pero tras de esos cuerpos se esconden grandes historias y secretos que no son revelados al ojo desinteresado, detrás de medias veladas que cubren largas piernas y pequeñas faldas que distraen
la atención de cualquier hombre que pasa por esos lados, habita un gen
masculino al que todos los días deben desaparecer por
medio de maquinas de afeitar que depilan sus piernas y afeitan sus barbas para
luego cubrirlas con maquillaje exótico. Estas reinas como ellas mismas se hacen llamar, son travestis,
personas nacidas con el sexo masculino pero su apariencia de género lo
identifican con el de una mujer, y toman la valiente decisión de expresarse como realmente su cuerpo se lo pide. Sin embargo, detrás
de una belleza bizarra se oculta una gran tristeza que deben ocultar con una sonrisa,
para tratar de persuadir a quienes posiblemente pueden ser sus clientes. Para
ellas no es nada fácil, mostrar lo que realmente son, porque deben
enfrentarse a la discriminación de una sociedad prejuiciosa y
moralista.
A las siete de la noche las calles de esta localidad se ven iluminadas por los faroles y el rayo plata de la luna. Los pitos de los autos resuenan intensamente, poco a poco se va viendo más concurrencia de mujeres paseándose de arriba a abajo, con un toque de sensualidad con el que ellas se sienten seguras. "Cada una anda en lo suyo". Sobre la calle 33, justo al lado de ‘Bella’ y el puesto de minutos a celular de la cuadra, se encuentra la casa de Cristal, un travesti “vieja guardia”, de aproximadamente 1.60 centímetros con algunos kilos de más. Por causa de su edad y de su precaria salud ya no le es posible desempeñar la prostitución. El tiempo ha marchitado su piel y ya no es atractiva para los clientes, pero hace la labor de administradora de la profesión de tres travestis: Gloria, Natasha y Luna. Todas viven juntas, reparten su humilde hogar en dos pequeños espacios. Se puede decir que Cristal es la madre de las tres jóvenes que no pasan los 23 años. Practican una convivencia casi familiar, en esta casa no existe ningún vínculo de sangre, pero se ofrecen lealtad y cariño a pesar de todas las adversidades a las que deben enfrentarse.
En las noches no se les reconoce a simple vista como travestis, en el día sí y en la mayoría de los casos son vistas como extraterrestres o cualquier ser diferente a una persona. No las identifican como mujeres, sino como aberradas y enfermas que no siguen un canon establecido. Es normal que Cristal salga a la tienda más cercana a comprar lo del desayuno, que Gloria se pare en la puerta a mirar a los transeúntes, con el estilo de diva que la identifica, y que Natasha, se quede en su hogar escogiendo el vestido que lucirá esta noche, porque preparando todo temprano, se ahorrará tiempo, para cuando sea la hora de salir.
Estar todas reunidas les da fortaleza para luchar contra la hipocresía y la doble moral de la sociedad que en el día las observa con desprecio y asco, pero en las noches desearían tenerlas en sus carros o en la cama de la residencia más cercana.
Siendo ellas, ya no deberán utilizar su nombre con el que fueron bautizadas,a Cristal le cuesta trabajo recordar cómo era su nombre masculino, Gloria puede olvidar que alguna vez era llamada Jorge y que a los 16 años abandonó su hogar para habitar en las calles y volverse un travesti. Natasha estando allí ya no sentirá la incomodidad de que su madre biológica la llame Fernando y Luna le rinde un homenaje a quien las ilumina todas las noches, olvidando al Milton de su cédula en algún rincón.
Las cuatro habitan este hogar desde hace aproximadamente tres años, a partir del día en el que Gloria cumplió 20 años y se le complicó su vida en la casa paterna, el lugar que la vio nacer y crecer, porque a ellos no les gustaba que se vistiera como mujer. Teniendo como intermediarios a unos amigos, logró encontrar morada en la casa de Cristal. En ese momento Natasha tenía tan solo 19 años, y ya había habitado tres años en la calle. La que ha vivido más tiempo con la madre travesti es Luna. A sus 23 años procura no hablar de su pasado, solo Cristal lo conoce. Gloria y Natasha aseguran que lo único que saben es que Luna llegó a esa calle hace cinco años y que en esa época ya era una mujer completa.
En esta casa todas se levantan después de mediodía, aproximadamente a las dos de la tarde, porque ameritan un buen descanso al haber trabajado toda la noche. En la habitación de atrás duermen la dueña del hogar y Luna, en el delantero, que apunta a la puerta de entrada a la casa y hace de sala durante el día, se acomodan Gloria y Natasha. Se visten con cualquier cosa con la que pueden pasar la tarde y estar algo decentes para salir a la tienda. Mientras tanto están charlando, ya sea de sexo o moda. Las paredes de la casa están adornadas por viejos afiches, en un lado está Marilyn Monroe, en el otro dos modelos recortadas de algunas revistas y una foto de un actor porno con su pene erecto, personajes que para ellas significan mucho, porque algún día quisieran convertirse en esas mujeres y tener en sus camas a un hombre como el que adorna las paredes de su hogar.
Anochece, y estas jóvenes van adquiriendo su transformación. Afuera, hay ruido, la ranchera resuena en una de las tiendas del alrededor y el ambiente se torna pesado, y estas humildes trabajadoras se convierten en hermosas damas que hacen alarde de sus vestidos y de sus tacones. Gloria, Natasha y Luna empiezan a evolucionar físicamente. Cristal, despreocupada por arreglarse, sabiendo que no tendrá ningún cliente esta noche, supervisa cada detalle del cambio de las chicas. Gloria, la más alta de las cuatro, peina su cabello negro, se pinta los labios con un labial rojo y con cierta dificultad introduce su cuerpo en un vestido blanco y rellena, su brassier con papel higiénico. Uno de los mayores deseos de ella es ahorrar para operarse los senos. En el baño está Luna, maquillándose como ella solo lo sabe hacer, finaliza su sesión de maquillaje y opta por usar esta noche un brassier adornado por lentejuelas verdes, termina coqueteándose ella misma en el espejo. La última en vestirse es Natasha, que usa un vestido que según ella le traerá suerte. Es un traje rojo, muy ajustado al cuerpo, con cuello alto y mangas largas. Sin nada más, pero a la vez, siendo atrevida con un fin único, atraer clientela. El complemento de la pinta son botas negras de material sintético con un tacón muy alto. Ella peina su cabello rubio maltratado y hace una cola de caballo, se da los últimos toques de rubor en el rostro y está lista para comenzar su noche.
Las tres mujeres salen a encontrar lo que la vida no les ha ofrecido trabajando como prostitutas, igual que todas las noches. Algo que nunca se les pasó por la cabeza en sus existencias, pero esto es lo que les tocó hacer porque esta sociedad ciega por los prejuicios no les ofreció otras oportunidades de trabajo. Cristal las observa desde su casa, percatándose de que todo esté bien y que nada les pase, y que estén "juiciosas trabajando", porque al finalizar la rutina ella se llevará una parte de lo que las jóvenes ganen, ese es el sustento diario de ella y de las demás. Gloria y Luna se paran frente a su vivienda, cerca a una tienda, con las manos en sus cabellos tratando de arreglarlos, porque el aire los ha estropeado, observando a cada hombre queriendo invitarlos a los placeres del cuerpo. Natasha, opta por convertir el andén en una pasarela, caminando de arriba abajo, imitando los pasos de una modelo profesional, lo cual hace con mucha gracia. Una vuelta, dos vueltas, repitiendo esto cuántas veces pueda, para agradar a su “público”. Todo sea, por atraer clientes, asegura.
La noche transcurre y se termina, entonces el ciclo nuevamente empieza. Pasarán los días y estas damas seguirán en aquel espacio de inclusión que lograron ganarse. Vivirán allí, seguirán con sus sueños. Cristal envejecerá más, pero seguirá siendo la madre protectora de sus “niñas”. Algún día Gloria tendrá dinero para ponerse los senos que tanto desea y entonces con orgullo podrá exhibirlos en la puerta de su casa y en los andenes que son las pasarelas de cada una de ellas. Luna conservará su naturalidad y Natasha seguirá llamando la atención de los transeúntes con cierta sensualidad ambigua que muy pocos travestis suelen tener, moviendo las caderas y dando pasos largos en los andenes, hermanándose con la noche y esta siendo testigo de cada paso que ellas dan.
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